
Lo siento. La cagué, debería haberlo hecho mejor”.
Hace solo unos meses, cuando Sam Bankman-Fried era algo así como el caballero de dorada armadura del mundo criptográfico, un genio precoz y en apariencia confiable, podía esperarse de él casi cualquier gesto prometedor. Y épico. En abril Bloomberg anunciaba que se planteaba regalar su multimillonaria fortuna en pos de una filosofía vital similar a la de un Robin Hood 4.0 y en agosto la mismísima Fortune lo presentaba como el próximo W. Buffet. Él, joven, con su mentón rasurado, el pelo alborotado y mirada de yerno modelo sentado a la mesa de los suegros en Nochebuena, se dejaba querer por un discurso que lo identificaba como el hombre recto de la industria.